Mi amigo americano

Mi amigo americano

Tengo un amigo argentino llamado Antonio Gattuso al que conocí gracias a este periódico. Ya hace tiempo, me mandó un mensaje a través del ABC y yo le contesté a vuelta de correo porque jamás he sido indiferente a la amabilidad, a la dulzura, al buen recuerdo de mi padre ausente, al sincero interés y a la prosa galana. Nos hemos carteado desde entonces con un ritmo constante y caprichoso con el que ni la Davis ha podido. Yo le llamo “mi amigo americano” porque no se parece en nada a Ripley. Porque es precisamente lo contrario.  

Antonio era y es un admirador de Jaime Campmany, y yo le voy mandando sus escritos, sus recopilaciones, sus romances, sus mordaces retratos al vitriolo, su callejón del gato o sus novelas, y él me manda los libros que le gustan, o los que yo le pido. Me envió algunas obras de don José Ingenieros que tienen mucha miga y ningún desperdicio, y más recientemente dos libritos de Borges, “El Aleph” y “Ficciones”, que pienso releer en estos días con una plenitud convaleciente. Mi ya querido amigo también me adjunta a veces noticias de otros aires: de otras malezas y otros corralitos.

A Antonio Gattuso, que sigue la actualidad española con ojos muy abiertos y doble aristocracia, quiero dedicarle este artículo como quien echa al mar una botella. La globalización tiene sus sombras, pero ésta que permite hacer amigos más allá de la edad y la distancia, y forjar singulares comuniones por encima de rumbos y heredades, ésta es casi un milagro digno de consignarse. Aunque no tengan placa en el Congreso, aún quedan maravillas. La amistad es una de ellas y siempre me conmueve. No sólo iba este otoño a hartarme el corazón de pesadillas.


Laura Campmany