En tiempos de crisis, la gente se dedica a invocar a los santos, o a maldecirlos. Una señora mostraba hace días en televisión el lugar que le tenía reservado a San Pancracio, que no era otro que el congelador, por su impotencia frente a la adversidad. Como no pueden refundar el sistema capitalista, ni inyectar un billón de euros en el tinglado financiero, ni fomentar una economía sostenible, algunos ciudadanos se conforman con meter al santo en la nevera, que es una forma rústica, pero directa, de bajar a cero grados la temperatura del corazón.
Ahora que empieza la Semana Santa, no consigo quitarme de la cabeza el humillante viacrucis de esos tres millones y medio de parados que deambulan por las calles de España en busca de empleo. Cualquier empleo: lo mismo de limpiadores que de reponedores de supermercado, con título universitario o sin él, y lo mismo para la fresa de Huelva que para la aceituna de Jaén. Hombres y mujeres que hacen cola ante los mostradores del INEM y sobreviven de milagro. Este año sí que vamos a hartarnos de procesiones.
Acaba de reunirse el G-20, que tiene nombre de prototipo. Ya se verá si quienes deben ponerle un parche a este roto consiguen darnos un crédito que podamos devolver. No creo que Zapatero, en este concierto de rescate, haya marcado pauta alguna, pero hace bien en sumarse a la orquesta, aunque sea de oyente. Ya sabemos que estos señores que se han dado cita en Londres no son ningunos santos. Pero tendrán que actuar como si lo fueran si no quieren acabar en el frigo, como San Pancracio.