Tiene la Historia, señores, una intrínseca maldad que consiste en ir sacando a relucir la verdad así que pasen los años y el suceso suene ya a canal en blanco y negro, a otro mundo y a otra edad, para ponernos a todos – unos menos y otros más – a revivir el pasado y a cantar el La la la. Ahora dicen, y sospecho que la sospecha actual se viene ya sospechando desde hace una eternidad, que la canción con que España ganó el Eurofestival, la que hablaba del mañana, la que no cantó Serrat porque aún no estaba de moda el hecho diferencial, y Massiel interpretó vestida de Mary Quant, no ganó porque gustara ni mereciera ganar, sino porque le compramos a algún jurado venal los anhelados «twelve points» (en efecto, los «douze points») para que Franco pudiera tener siquiera el aval, ya que no de la económica, de la Europa musical.
Que eso es bastante probable, yo no lo voy a negar. Que la canción de Cliff Richard tenía mayor calidad, y que aquel «Congratulations» se mereció el bis final, ni parece discutible ni es ninguna novedad. Pero pienso, por lo mismo, que a estas horas, qué más da. Aunque el tongo fuera cierto, yo les puedo asegurar que no conozco una sola edición del Festival que no parezca trucada, que no te invite a dudar si en verdad son las canciones lo que vota el personal, o más bien afinidades de carácter nacional. Por eso, que el Chiki-chiki sea impresentable o genial no acaba de parecerme una cuestión esencial. A lo mejor, Zapatero, para hacernos «perrear» y sacarle a España el pecho que no le saca en la Otán, nos asegura unos votos que nos pongan a bailar, a todos, el «crusaíto», y a la Sexta, el «breikindance».