Dice la ministra de Igualdad, entrevistada recientemente, que quiere ser y será la mosca cojonera del gobierno, aunque añade que no le gusta esa expresión. Es lógico que no le guste, porque, a tenor del lugar por el que la susodicha (me refiero a la mosca) tiende a merodear, no parece en exceso igualitaria. Esta vez me refiero a la expresión. La cual, por otra parte, difícilmente cuadra con el resto de la entrevista, que viene a ser una declaración de amor, admiración, fidelidad y entrega al presidente. Tampoco en eso ha estado afortunada, y ahora sí me refiero a la ministra.
O sea, que doña Bibiana va a coger el toro por los cuernos, pero para que la rapte y se la lleve a los jardines de Creta. Dispone, para conseguir que España sea un país de mujeres armadas de cartera y hombres escoba en mano, de un hipo-mini-nano presupuesto. Se ve que Zapatero, con las sisas y rotos que le va haciendo a Solbes, ha ahorrado un dinerillo. Y que ese dinerillo, ahora que ya no da para tabaco, quizás dé para hacer que las mujeres se compren un rodillo de diseño, jueguen la «championlí» de los floreros o le pasen revista a los zapatos.
Nunca he necesitado un ministerio para saber que soy igual a un hombre, y al mismo tiempo todo lo contrario. Las discriminaciones que subsisten, más sociales y psicológicas, por no decir físicas, que legales, no pueden derribarse con vagas ordenanzas o zumbidos de mosca impertinente. A ésas se las combate cuerpo a cuerpo, en la escuela, en la calle, en el trabajo. A ésas se las derrota con hechos y razones. Y quizás no olvidando que en realidad sí somos diferentes. Y que esa diferencia, culpable de la vida, pudiera ser el último milagro.