A Zapatero, nuestro aprendiz de brujo, los cubos se le vuelcan y las escobas se le desmadran. Se le van acabando los proyectos, el pueblo llano no le veranea, el cine no le come, la paz no se le cuaja y le saltan los plomos donde menos lo espera. Demasiada tensión para tan poco cable. En la nocturnidad, las sombras y las manos se duplican, se alargan. Se le ha muerto Polanco, ese padre padrone. Se nublan otros cielos con otros alquitranes. No hay hechizo que valga contra los apagones. No basta con un mágico “reparo”.
Tampoco con la danza de un vídeo impertinente, ni con la sangre verde de un dragón enterrado, ni con cuatro semillas de mandrágora, ni con la obligatoria asignatura de opciones y pociones “Multijugos”, se fabrica un edén republicano. ¡Ah, las fuerzas del mal, tan numerosas, tan hondas, tan tenaces y enroscadas como un contenedor de pensamientos! Demasiadas cabezas coronadas por otros fuegos y otras utopías. Demasiados sombreros, demasiados herejes. Para tener a un pueblo hipnotizado, hace falta algo más que un tronante “confundus”.
Los fans de Harry Potter están de enhorabuena. Ya ha salido en inglés la última entrega. La que responde a todas las preguntas, resumibles en una: ¿vencerá el Bien al Mal? Quien no domine tan compleja lengua, bien puede entretenerse leyendo las hazañas de nuestro propio y delirante mago. Su caza estiva del etarra errante. Sus premios natalicios. Sus logros, sus promesas, su infinita campaña en pro de la igualdad, por la vivienda y contra ese partido que-no-debe-nombrarse. No quiero destriparles el final de la historia, pero intuyo que sólo de un espejo depende el personaje de ficción, o acaso la ficción del personaje.