El sueño

El sueño

Muchos de los ciudadanos europeos que hoy, con la resaca electoral norteamericana, echarán el día a bastos o a copas sólo saben que Obama es el candidato demócrata y que es negro (aunque sea mulato), que Sarah Palin tiene una imitadora que hace campaña mejor que ella misma y que McCain no es Bush, cosa que pudiera ser cierta. Y que hay por ahí un tal Joe el fontanero, que ni tiene esa gracia ni usa licencia para desatascar, con el que se supone que el ciudadano medio estadounidense debería identificarse. Como ven, da para un episodio de “Estas no son las noticias de las nueve”.  

Habrá que reconocerle a la democracia, siquiera, el mérito de convertir un duelo de intereses en todo un espectáculo de masas, con su grupo estelar, sus teloneros, los club de fans, la música, el atrezzo… No sé si se han fijado, pero todo es cuestión de simpatía. Uno vota una edad o una mirada, y a veces, sólo a veces, ocurre que el instinto es un acierto. Como para el gobierno de los hombres ya no existen recetas infalibles, ni fórmulas exactas, uno empieza a dudar con qué quedarse: si con la realidad o con el sueño. 

Si gana Obama, cosa que ustedes ya sabrán a estas horas, es posible que la política exterior norteamericana cambie de enfoque. También es posible que España consiga su ansiado asiento en la cumbre de Washington. Y hasta podría suceder que con un hombre negro en la Casa Blanca suba la bolsa, bailen los mercados, respiren los mestizos del planeta, y de verdad podamos sentarnos a una mesa a refundar el mundo y la esperanza, a llamar por su nombre a los pecados, a descubrir que un tiempo siempre es nuevo. O no, por descontado. Pero es que casi aburre pensar qué pasará si al fin no gana.


Laura Campmany