Que en el Algarve, en un partido de fútbol, el equipo de alevines del Barça se niegue a salir al campo mientras suena el himno nacional – que algunos no respetan como suyo, pero tampoco aceptan como extraño –, y rinda en cambio los debidos honores al himno portugués, subrayando así el distinto trato que al parecer merecen uno y otro, no debería, en modo alguno, provocarnos recelo. El mensaje es tan burdo, grosero, pueril y chabacano como una revoltosa pedorreta. Caprichos de españoles que se niegan a serlo. No corramos el riesgo de crisparnos.
Que un matrimonio de concejales del PP haya decidido abandonar la actividad política al enterarse de que la ETA, al más mínimo contratiempo en su agenda de paz, pensaba llevárselos por delante, no debería provocarnos escalofríos. Nuestra psicópata banda local tiene pleno derecho a explorar todas las vías que pudieran conducirla al templo de las urnas. E igual derecho tiene cualquier hombre prudente a no querer cruzarse en su camino, en un libre ejercicio de temor o cansancio. Todo muy natural y edificante. Por algo tan sin fuste, no vayamos nosotros a crisparnos.
Y que Al Qaida ande proclamando a los cuatro vientos su inexorable intención de reconquistar Al Andalus, y firme sus declaraciones con unas cuantas bombas que nos bajen los humos, como si España fuera unos jardines, un pecio de nación en almoneda, o más un viejo mapa que un Estado, sólo debiera movernos a risa. Por Dios, si navegamos viento en popa. Tenemos banda ancha, menos agua que golfos, más hoteles que arbustos y hasta una delincuencia organizada y todas las mezquitas que queramos. Pero nadie critique a este Gobierno: oye, que si lo flipas, lo crispamos.