Paz en la Tierra

Paz en la Tierra

Cierren los ojos, mírense ustedes por dentro y díganme si no encuentran, entre el primer deseo y la última nostalgia, entre la primera caricia y la última soledad, un rayo, casi un sol de mañanas que salieron azules, de miradas que todo lo ofrecían, de viajes por colinas imposibles, desvanes encantados donde baila, en su caja, algún recuerdo, de orillas en que un pie se hizo de nácar, de sinceras, alegres bienvenidas, o de besos templados y consuelos pequeños, o de noches muy negras que clarean, o de adioses tan dulces que aún te arropan el alma.

Abran ustedes los ojos, miren a su alrededor y díganme si no ven, entre la primera verdad y la última mentira, entre el acabamiento y la esperanza, un gesto dulce, una palabra tranquila, un buen deseo, un valor tan extraño – y tan corriente – como una flor al borde del abismo, una voz que dé nombre a la injusticia, un hambre verdadera de armonía, una sonrisa a tiempo, una nota en su sitio, una palabra pura, o miles, o millones de personas dispuestas a dar lumbre, con su fuego, a esa vida que busca su propia eternidad entre la paja.

La paz siempre está lejos, igual que el horizonte. Hay algo en nuestro avance que la aleja. Se nos llena la boca de su crema redonda, nace en todas las cunas, arde en todas las fraguas, tiembla en todas las manos y habla todas las lenguas. Pero es ese lugar al que nunca se llega, y ¿cuál será ese vuelo que consiga alcanzarla? A veces, se diría que ella sola se posa en un alero. En una voluntad: la más sencilla. Que ella sola se forma y se condensa, y alfombra los caminos, y se cuaja. Como esa paz que nieva, y fecunda la tierra, cuando vuelven, los hombres, de la guerra a su casa.
Laura Campmany