El navegador

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A Rodríguez Zapatero habría que regalarle urgentemente un TomTom Go. Ya saben, unos de esos cacharros de ultramundo que te guían por el nuestro como un pastor de cabras. Te sientas en el coche, le introduces el nombre de una calle, pulsas la tecla «go» y comienza el milagro. «Váyase usted poniendo a la derecha. A unos doscientos metros gire usted a la derecha. Le repito, cretino, que gire a la derecha…» No hay forma de extraviarse. Aunque tú te empecines en no hacerle ni caso, el tío te recalcula la ruta y la distancia, y sólo hay una forma de callarle.

A nuestro desnortado presidente, no parece importarle que le den instrucciones. Como hasta las acepta de quien no debería, pongamos que agradezca también las sugerencias de un mentor más aséptico, de un sherpa razonable que le fuera diciendo que la calle se estrecha, se convierte en camino, ya es sendero de barro, y como no recule, se cae por el barranco. La voz del aparato la dejo a su capricho. Me atrevo a sugerirle la de Pepiño Blanco, que suena convencida aunque hueca y a pito. O la de Rubalcaba, o la de la Salgado…

Lo malo del navegador es que, pese a toda su ciencia, deja a nuestro albedrío la elección de objetivo. Y estamos en las mismas. A ZP habría que regalarle un TomTom Carta Magna, que previamente habríamos programado para no permitirle que se salga del mapa. Y que incluya un destino preferente. A ser posible, el de su propia casa, o algún punto – lejano – del Oriente. En el navegador, hay una banderita que indica que el periplo ha terminado. Yo propongo añadirle un efecto sonoro. Que cuando el navegante, siguiendo a Tony Blair, llegue a esa meta que es su despedida, estalle el TomTom Go en un vehemente aplauso.
Laura Campmany