A Rajoy, según parece, le pilló por sorpresa el anuncio de Rodríguez Zapatero. Lo de que a su capricho y desde ahora, cualquier persona que resida legalmente en territorio español cobrará dos mil quinientos euros por hijo fabricado. De forma que ya sabe: si nació usted mujer y está en estado, desembarque en España como pueda (con vuelos Ryan Air, o si no en montgolfier, cayuco o ala delta), búsquese un trabajito temporal, inscríbase en el censo, dé a luz lo antes posible y hale, a pasar por caja. Con el recién nacido, puede usted luego hacer lo que le plazca.
La medida, además, es discriminatoria. Excluye, por ejemplo, a los españoles que vivimos en otros países, y a los progenitores que lo han sido a destiempo. Para acabar de ser una injusticia, tampoco tiene en cuenta los niveles de ingresos. Lo peor, sin embargo, es lo que no remedia y lo que sí propicia. Pasado el primer año, no ayuda a las familias a sacar a sus hijos adelante, y al tiempo está incitando a las parejas, tengan o no recursos, y más si no los tienen, y tengan o no ganas de ser padres, a generar humanos portadores de cheques. Va a ser un nuevo oficio, el viejo instinto básico de amarse.
Si Rajoy no se hubiera quedado estupefacto, tendría que haber pujado, mejorando la oferta: dos mil quinientos euros más una canastilla. Con su faldón, su muda y sus patucos, su talco y su colonia. A quien habla de broma, no se le puede contestar en serio. Pero puestos a hacerlo, habría que haberle dicho al presidente que el tema del debate no era el de sus ofertas o planes de futuro, sino lo conseguido hasta el momento. Aquello, que yo sepa, era un balance, y no un ensayo de «La vida es sueño».