Válgame Dios y qué buen color se le está poniendo a Iñaki, según se aprecia en las fotos que la prensa le saca cuando, por prescripción facultativa, sale del hospital a dar un paseo con la caída de la tarde. Se ve que el aire donostiarra, lo tenue, lo delgado o lo invisible de su encarcelamiento, y esto de andar copando las portadas, le abren el apetito. Y que a base de mimos y calditos, tranquilidad y buenos alimentos, ya ha vuelto a su peso ideal y hasta ha recuperado la ilusión por la vida. En nada, lo tenemos disparando.
Debemos de ser el único país de Europa que trata a sus terroristas con guante y mano blanca. Protegiéndoles tanto, que casi se diría que ellos fueran las víctimas. Llenándonos la boca de respeto a sus tesis, como si la entelequia que persiguen, un país vasco en sus garras devuelto a la caverna de los mitos, sólo tuviera de execrable el uso de las armas. Como si esa «autopatria» que postulan no albergara, de horrible, su espíritu excluyente. Como si no tuvieran, los vascos españoles, derecho a que el Estado dé por ellos la cara.
La democracia, a veces, ha dejado entrar hasta la cocina a líderes o siglas de muy dudoso aliento democrático. De ahí que necesitemos una ley de partidos y que, muy en contra de lo que afirma Bermejo, debamos interpretarla con rigurosa eficacia. Se trata de evitar, pongo por caso, que un grupo de activistas use la libertad para acabar con ella, imponiendo a la fuerza su ideario gracias a ese talante que en España les permite mandar desde el banquillo. Pero éste ya es el cuento del más fuerte. Y a estas nuevas cuadrillas de la muerte aún tendremos que verlas, en la feria de mayo, haciéndole a De Juana el paseíllo.