La siesta

La siesta

A Zapatero, según parece, se le está alborotando el corral. Demasiada prisa – o demasiado poca – en aprobar la TDT de pago, ese invento que sólo contenta a cuatro, y ni eso. Los ciudadanos no acabamos de encontrarle ventajas a tener que contratar un nuevo canal para seguir el juego del Madrid o del Barça. Como resulta que también nos quieren subir el IVA para que la Salgado aumente sus entradas, ya me veo eligiendo entre un partido de Champions y un kilo de champiñones, que empiezan a ser incompatibles.

Desde que hasta los medios afines han reconocido que ven a este Gobierno en caída libre, se han soltado las lenguas y se han abierto las compuertas. Algunos socialistas de la vieja guardia ya han dejado su escaño a merced de las olas, y a otros se les está poniendo cara de «no es esto, no es esto», como si acabaran de descubrir que no hay peor tonto que el que lo es. Y luego está la oposición, que para disfrutar del espectáculo haría bien en relajarse, si no fuera porque ya tendría que estar ensayando el papel. 

No creo que Zapatero vaya a convocar elecciones porque se lo pida Quintás o Aznar se lo demande, ni a ponerse nervioso porque la izquierda, a petición de Llamazares, le ocupe la calle pacíficamente. Ya nos tiene dicho que confía en los españoles. No en nuestra capacidad de iniciativa, ni en nuestra competitividad, ni en nuestra madurez, ni en nuestro espíritu crítico, sino en nuestra mansedumbre, en nuestro fatalismo, en nuestro revanchismo, en nuestra retórica libertaria, y quizás en la siesta. Ahora que lo pienso, sobre todo en la siesta.


Laura Campmany