Ha dicho el ministro Solbes, que cada vez se parece más a uno de los siete enanitos, que con la deducción de los cuatrocientos euros no hay margen para más planes «estrella» en la galaxia. O sea, que ni «Vive» ni deja vivir. Las arcas del Estado, otrora tan rumbosas, ya no están para fiestas o propinas. El medio ambiente y otros cachivaches, que los financie el viento, algún cepillo, un nuevo impuesto ad hoc, la Banca, Europa, el crédito, el mercado de futuros o el propio Sebastián, vestido de chulapo, maniobrando en la calle un organillo.
Hay que reconocer que con cuatrocientos euros pueden hacerse muchas cosas. Si tienen que durarte todo el año, ya tienes algo más de un euro al día, que gastado con juicio en el chino del barrio cubre necesidades perentorias: perchas de alambre, velas perfumadas, mecheros, tapaderas, calendarios… Otra posible opción es invertirlos en una apasionante lavadora, el último modelo de triciclo o en un viaje a París de media hora. También, y es mi consejo, se los puedes donar a Zapatero para que él pueda hacer frente a la crisis, y nosotros, ganar algún dinero sencilla y llanamente trabajando.
Porque abruma pensar la cantidad de cosas que no pueden hacerse con 400 euros. No puedes, por ejemplo, llenar un mes entero la cesta de la compra, irte de vacaciones, renovar el armario, arreglarte la boca o perderle el respeto a la hipoteca. Las vacas, si están flacas, agradecen el pienso, pero esos euros locos que Hacienda nos descuenta tienen la poca gracia de lo que ya era nuestro, y cundirán tan poco como cualquier pastel que se reparte. Parecen un maná, pero son justamente lo contrario: ni te llueven del cielo, ni te quitan el hambre.