El diario

El diario

Pocas cosas envejecen antes que un periódico. Como las moscas de mayo, que nacen, se reproducen y mueren en horas, o como esas efémeridas de su pulso de que hablara Cervantes, que a más tardar, nos dice, «acabarán su carrera este domingo», las páginas de un diario se vuelven inservibles, se ponen amarillas con cada desajuste que acontece, con cada nuevo sol que nos golpea. Por eso a veces uno se entretiene en sorberles el jugo, el axioma volátil, la fragancia instantánea o el rumor inmediato, ese humilde derroche de energía, como un niño despierto que viera un elefante en un apresurado garabato.

Ya lo dice su nombre, que el diario es tan sólo flor de un día. Nos sirve su bandeja de presentes de una forma tan cierta y apretada, que hasta los criminales la utilizan para dejarle su tarjeta al tiempo, o para demostrarnos, y contarse a sí mismos, que hoy por hoy aún nos tienen secuestrados, y que mientras nosotros nos vamos sediciendo en una sucesión de alternativas, y vamos ensartando proyectos y ocurrencias, y le vamos poniendo a cada luna la tinta en que la vida se derrama, siempre hay un titular para la muerte.

Pero a veces ocurre que un periódico, con toda su premura y su hojarasca, con todo su paisaje de horizontes cercanos, se convierte en un arma contra el miedo, en una rebelión, en una barricada. Aunque, frente al terror y la violencia, hagan tan poco ruido las palabras, cuanto más se las pisa más alto suenan ellas, igual que, si la apresas, más fuerte brota el agua. Y seguirá el periódico naciendo, para la libertad, como un pan necesario. Y ella, la libertad, siempre tendrá un secreto que escribir cada noche en su diario.
Laura Campmany