Un boicot para nada

Un boicot para nada

Yo comprendo que Rajoy, acusado de franquista por un mira quién baila, así como de promover o desear una guerra civil por haber ejercido democráticamente el derecho a manifestarse en contra de una política antiterrorista que a muchos nos parece equivocada, pueda sentirse ofendido, y hasta tentado de defenderse recurriendo a esa actitud categórica, solemne y definitiva del «ya no te ajunto». Yo en mi niñez también la he practicado, siempre con excelentes argumentos y consecuencias tristes o nefastas.

Vale que hay comentarios muy poco afortunados y diarios muy poco independientes. Vale que andan los ánimos fogosos. Pero para oponerse a una calumnia (si excede de los ámbitos privados), o corregir una noticia falsa, o denunciar un juicio de intenciones, o evidenciar oscuros sectarismos, existen medios más que suficientes: para este tipo de tribulaciones, están los tribunales y tribunas. De entrada, se me antoja inoportuno reducir una empresa a su empresario. Y al fin que se cosechan tempestades a fuerza de sembrar antecedentes.

Me temo que eso del boicot, en forma de arrogancia o ninguneo, nunca lleva a buen puerto. Excluir es restar, y una mala manera de encauzar los enojos. Porque el PP no acuda a sus tertulias, no creo que Prisa vaya a despeinarse. Ni a retirar sus acusaciones. Ni a rectificar sus editoriales. Con el feo que les hacen, ya tienen rollo y cuerda para rato. Que otro partido, con distinto medio, haya hecho más o menos lo mismo no convierte un error en un acierto. Ojalá respondiera cada cual de sus actos. Porque yo no sé a ustedes, pero a mí el «y tú más» ya me tiene el estómago revuelto.


Laura Campmany