Amor verdadero

Amor verdadero

Habrán leído ustedes, con una natural desconfianza, que ya ha venido al mundo el último hijo de la inteligencia artificial, esa hermana pequeña de los hombres que algún día, si Dios lo permite o no lo remedia, nos acabará disputando la sal de la tierra. Ya está aquí, aunque todavía no ha salido a la venta, la primera novela informática, o electrónica, o virtual, o como quieran ustedes llamarla. Tiene, de falsa, que no ha sido escrita desde la experiencia, la memoria o el espíritu, y tiene de auténtica que existe, que ya es un hecho. Se titula, curiosamente, «Amor verdadero».

Antes de juzgarla, claro, habrá que leerla. Lo mismo resulta que los personajes, al parecer ensamblados con las piezas sueltas de los de «Anna Karenina», amnésicos y condenados a relacionarse en el «huis clos» de una isla desierta, son tan conmovedores como el silicio, tan creíbles como Pepe Blanco, tan interesantes como el Tomate (que en paz descanse) o tan humanos como Hugo Chávez. De la trama sólo se conocen los hilvanes, y nada del remate o las hechuras. ¿Se imaginan que fuera, esta novela, mejor que algún Planeta? Sólo de imaginarlo, me entran escalofríos.

Cierto es que si usted le introdujera a un ordenador todos los vocablos de un idioma, y le pidiera que los combinase, hasta sumar cierto número, de todas las maneras posibles, tarde o temprano obtendría el Quijote. O cualquier otra cumbre equiparable. Esta idea ya se le ocurrió a Borges. Cuesta reconocerlo, pero ni la lengua es infinita, ni es nuestra realidad inabarcable. Desconfíen ustedes, a partir de ahora, de lo que les parezca verdadero. Para lo que ni intenta parecerlo, ya tienen a Rodríguez Zapatero.


Laura Campmany