Ya saben que Rodríguez Zapatero tiene fama de gafe. Y que un gafe que se precie se caracteriza, no por las desgracias que atrae sobre sí mismo, sino por las muchas que provoca en su entorno. El cenizo, en el fondo, es un tipo afortunado, porque el granizo que le persigue como una liebre siempre descarga en sembrado ajeno. Cuando un cenizo se sube a un coche y el coche se rompe, suele ocurrir que el coche no es suyo. Los gafes necesitan más que nadie su propia suerte para multiplicar la desventura. De ahí les viene el aplomo y la sonrisa.
En la nueva entrega cómica del PSOE, la letra sagrada del partido – ese Aleph a la inversa – se bifurca como su propio trazo en la zeta zafia de un ciudadano cenizo que todo lo ve oscuro y cancerígeno, y que lo mismo va a ser Rajoy, y la zeta «zelestial», «providenzial» y «plázida» de ese arcángel borroso en que, de cara a las elecciones, se nos está convirtiendo Zapatero. Ya ven que no es cuestión ni de ideas, ni de hechos. Ni de principios, ni de derechos. El contraste es pictórico: a un lado «Los desastres», y al otro, «La Gioconda».
Diría don Óptimo (aquel personaje de cómic) que en España las cosas no están tan mal, y diría don Pésimo (su particular líder de la oposición) que están de pena, y que aún pueden ir a peor. A su modo, ninguno se equivoca. Pero en algún lugar muy próximo a ese paso que va de lo inquietante a lo grotesco están la buena praxis, la cordura, la ley, la transparencia, la eficacia, o lo bien hecho a secas. Quizás no estemos tan en fase terminal como para necesitar una sedación, pero podríamos tener mejor cara. Aunque algunos Tineles se rompieran y aunque alguna sonrisa se borrara.