Cuatro millones de parados, y subiendo. Pero hay quien, como el alcalde de Sevilla y sus afectos, anda en problemas más acuciantes, en reparaciones más necesarias, en sopas más bobas. Y ha decidido, sin la menor razón, que es como hay que hacer estas cosas, quitarle a una calle de la ciudad su antiguo nombre – el de un General que luchó en las Colonias – y ponerle el de Pilar Bardem, una actriz cuyos méritos civiles merecen, como mínimo, el beneficio de la duda. Como diría, si viviera, el desposeído General Merry, más se perdió en Cuba.
Ignoro si a los sevillanos les habrá hecho mucha gracia que les cambien la toponimia así, a golpe de talonario por servicios prestados, pero por lo pronto ya se han encargado ellos de reapropiarse la calle, rebautizándola como “calle de la pancarta”. Algo parecido hizo Valle-Inclán con la de su despreciado Echegaray, y hasta cuentan, ya saben, que un día le escribió una carta a un amigo que tenía esa dirección, la envió a la “calle del Viejo Idiota” y miren si era listo el cartero, que aquel correo llegó a su destino.
Pilar Bardem es una actriz respetable, pero sus méritos para subirse a una placa de la divina Hispalis no parecen muy hijos de Talía. Sospechamos algunos que la desproporcionada notoriedad mediática de que disfruta se ha cocido en otros fogones, en otros humos, en otras salsas. Y que sus mejores papeles han cabido, sobrados, en un trozo de tela. Y que en este homenaje hay más parte que arte. Y que un día, a su calle, llegará alguna carta en un sobre que rece “calle de la pancarta”.