El mazo

El mazo

El domingo – Dominus dei – nos vamos de elecciones. Como no soy gallega ni vasca, yo más bien me quedaré en casa, ante el televisor, con los ojos abiertos y el corazón partido entre el escepticismo y la esperanza. Entre el cansancio ante una inercia que se me antoja alienante y el deseo, casi inocente de puro obstinado, de que la gente, haciendo caso omiso de los versos de Bartrina, analice su futuro con cierta perspectiva de felicidad, y las cosas cambien, y unos y otros encontremos, como en la novela de Richard Matheson, un lugar en el tiempo.  

En Galicia, ya va siendo hora de que la Xunta revoque sus muros y cambie de aires, y no precisamente a base de obras suntuosas – o untuosas, quién sabe – y cruceros en yate. Algunas contradicciones se te quedan en un punto intermedio del tracto digestivo, como un pan a medio hacer. La austeridad, en tiempos de crisis, es también una forma de respeto. Y el despilfarro, una amistad peligrosa. “Os galegos”, con sus cuentas a cero y el color del ocaso, ya se habrán dado cuenta de que hay oros muy ciertos que a ellos, por el momento, no les lucen.

En cuanto al País Vasco, me temo que el problema rebasa los derechos de imagen, y que a los energúmenos no se les caen ni las pistolas ni las siglas de las manos por un quítame allá esas fotos. Alguien tendrá que barrerlos de los carteles del apocalipsis. Con toda disciplina, pero también con rabia. Quizás con una simple papeleta locuaz, inteligente, sensata, clamorosa, valientemente harta. Es hermoso elegir cuando uno puede. Cuando uno puede y quiere volver a una existencia sin miedos, extorsiones o bombazos. Cada voto es un ruego. Y arrojado a las urnas, el mejor de los mazos.


Laura Campmany