La Glorieta

La Glorieta

Por decisión de la junta del distrito de Salamanca, Jaime Campmany va a dar nombre, en Madrid, a una glorieta. Como no la conozco, no sé si es una plaza sencilla y despejada o una gloria pequeña y recoleta. Ahora un hombre al que muchos aún llaman “el maestro” tendrá una placa en su ciudad adoptiva. Debe de estar contento. Le imagino en el cielo, tratando de mandar un telegrama. “Acabo de enterarme. Honor inmerecido…”. Como hombre agradecido, él nunca rechazaba un homenaje. Yo no voy a ocultarles el orgullo que siento.  

En la plaza que ya es la de mi padre, desemboca, como queriendo, la avenida de Camilo José Cela. Hermosa y oportuna confluencia. En los últimos años de sus vidas, ambos fueron magníficos amigos. El Nobel, a mi padre, lo trataba con toda su andanada de afecto, y mi padre, a su vez, para aquel asombroso, mágico novelista, siempre tuvo un cariño y un respeto que acababan en punto admirativo. Les arrastró la muerte en su corriente, pero la vida es rara y van a ser esquina. Ellos, que siempre hablaron frente a frente.

Se parece a un regalo, que estén juntos de nuevo. Firmes y a la intemperie, como torres vigías. Sobre su piel de asfalto, rodarán las auroras. Circularán los coches y brillarán al sol los autobuses. Caerán la lluvia, el polvo, la luz, las hojas secas, y se irá un tiempo nuevo desgranando en el eterno plato de las horas. Alguien, de vez en cuando, querrá saber el nombre de ese lugar que antaño fue un estilo. Hoy mi padre estará en alguna parte preparando un sillón como una plaza donde pueda sentarse Don Camilo.


Laura Campmany