Nada, que no dimite. La ministra del Caos ha decidido, como los más sutiles dramaturgos, que nadie como ella puede darle un sentido, un giro, un admirable desenlace a la trama de absurdos, prisas, ineptitudes, errores y despistes en que ha consistido su gestión, congestión o indigestión del Ave a Barcelona. Como ella es el problema, me imagino que piensa que quién, sino ella misma, acertará mejor a remediarlo. Correr es de cobardes, pero es que no le estamos exigiendo que corra. Tan sólo que se baje de su cargo.
Y oye, que Zapatero ni contempla su cese. Se ha enamorado de ella como la luz del rayo, y parece dispuesto a asumir sus destrozos, a visitar a pie la zona cero, a asomarse hasta al último bostezo de una constelación de socavones para echarse la culpa de la ruina, y ponerle el membrete de «Gobierno de España». La chapuza, el desastre, los boquetes nada tienen que ver con la señora. Si Zapatero fuera don Quijote, Magdalena sería su Dulcinea. Me imagino a Montilla, de escudero, diciéndole al chiflado caballero: mire vuesa merced que ésos a que se enfrenta no son fieros gigantes, sino trenes.
Como quiere meterse a Cataluña en el bolsillo – y hay quien sospecha que el Estatuto no acaba, por etéreo y galante, de tener el volumen de un regalo -, presumo que de aquí a las elecciones el Gobierno (de España) va a sacarse del nuestro unos cuantos billetes, de los que sí que irán a alguna parte. Y a gran velocidad. Y más concretamente a Barcelona, donde no sé si ustedes se han fijado, pero el cielo está lleno de bípedos volantes. Donde hay Aves, hay aves. Y para llevar uno donde el voto es la vida, nunca falta un domingo, ni un pájaro dispuesto a hacer un viaje.