Como un juglar en busca de una estrofa, como un taxi inocente, y sólo el corazón por explosivo, he aterrizado estiva en Benicasim, he encontrado una sombra entre los pinos, he bajado a la playa como quien se sumerge en el nuevo episodio de una historia de magia, y he visto cómo el aire se encendía. Mientras la muerte baila con el agua, se enredan en sus redes los fiscales, saltan las dimisiones y se esfuman los jueves, vuelve mi realidad donde solía. Escribo desde un mundo imaginario donde tan sólo estalla, con las olas, el polvo de la espuma. Hay otros mundos, y el Mediterráneo.
Tengo al lado a mi madre, como un bastión de flores. Tengo al lado a mi hermana, tan menuda y precisa, tan exacta en su manos como las dos ardillas que corren por el parque de este hotel prodigioso. Mis sobrinos les dejan piñones en la hierba. Jugamos a internarnos en blancos laberintos, y a que nunca en el tiempo nos faltará esta hora, ni esa mesa del fondo, ni el verano infinito. Aquí todo nos pasa bajo un cielo muy claro que sólo se estremece cuando sopla la brisa. Aquí el sueño es el único naufragio.
Esta mañana llegará el Vitorio, que viene de su tajo. Tardará en olvidarse de Bruselas lo que tarde este sol en calentarlo. Ayer comenzó el FIB, el festival rockero, y la noche, a lo lejos, se quita la camisa. De un cántaro panzudo, sale un chorro que escribe en el silencio. Fuera bullen los fibers y el paseo, se tuestan las cigalas, los dátiles maduran y hasta se te encampanan los fideos. El aire huele a mar. Y luego en el Bonaire se sublima, se encierra como en una caracola, nos mece, nos acuna, y siempre nos encuentra bajo el porche, redondos como el alma de la luna.