Los chats

Los chats

Antiguamente, chatear era irse de chatos. Desde que Internet se coló en nuestras vidas, ya no hace falta bajar a la taberna de la plaza para intercambiar anécdotas, opiniones y cotilleos, ese ruidoso muro de palabras que alzamos frente a la soledad, o, más bárbaramente, insultos, sarcasmos y amenazas, o sea, los agrazones de nuestra viña, el veneno de nuestro corazón, la nata de nuestra mala leche. Sólo que antes, cuando chateábamos a la antigua usanza, lo hacíamos con palabras de espuma, de ésas que se lleva el viento.

Pero, en los chats de ahora, lo dicho, escrito queda. Entren ustedes en cualquier foro de internautas hispanos y encontrarán mil perlas, y no precisamente cultivadas. Hay escribas sencillamente torpes, pero abundan también los virtuosos. Vengo siguiendo a un pavo que tacha a sus colegas de «tribiales», y luego los acusa de «vocazas». Otro anuncia un mensaje con «matizes». Me imagino que escucharon el discurso de Gabriel García Márquez en el Congreso de Zacatecas, que llamaba a «juvilar la hortografía», y se lo tomaron al pie de la letra.

Circulaba hace tiempo por la red una nueva antología del disparate. Entre los derivados de la leche, un alumno citaba «la vaca». Para otras víctimas de la ESO, el mejor cuadro de Velázquez son «Las mellizas», un polígono es un hombre con muchas mujeres, un ejemplo de reptil es la serpiente «Putón», y hay unos 150 Continentes, sólo que ahora se llaman Carrefour. Aunque clásica y tópica, no puedo vencer mi perplejidad ante la ignorancia de las nuevas generaciones. Tenemos, más que nunca, el saber al alcance de la mano. Pero en la biblioteca que estamos construyendo, me da que o faltan libros, o sobran los ratones.
Laura Campmany