Esto parece el Cuarteto de Alejandría, donde cada uno de los personajes te cuenta la historia a su manera y según el color del cristal de su deseo. Para el presidente del Gobierno, las actuales cifras de paro, que lo sitúan en los peores niveles de la última década, son un dato «objetivamente malo». Vamos, que no hace falta desayunar uva rancia, dedicarle un poema a un cuervo o tener eso que los hombres no tienen en la cabeza para advertir que estás cayendo en picado, y que así te estrellas, tomes el sendero que tomes.
Comisiones Obreras, por su parte, habla de malas perspectivas, que es como hablar de viento cuando uno ve acercándose un tornado, convirtiendo un mal dato en una moderada profecía. Partiendo del presente, ya de por sí borroso, le augura mala noche a este – digamos – día. A UGT, menos vaga, el aumento del paro empieza a parecerle preocupante, es decir, algo grave que debiera tenernos ocupados, de forma anticipada, en frenar la inminencia del desastre. Y Mariano Rajoy, que no tiene motivos para endulzar el cuento, va un poco más allá y habla de drama.
Difieren las versiones, pero todas son ciertas. El dato es objetivamente malo porque no es objetivamente bueno, no augura una mejora a corto plazo, es indudablemente preocupante y, en la medida en que genera miedo, pobreza, privación, desconfianza, nos enfrenta a un tangible sufrimiento. Pero la rosa siempre está en el nombre, y quien la enuncia a medias, la pervierte. El dato es más que malo y el problema está en dejarlo estar, como una res sagrada. A eso algunos le llaman optimismo. Para decirlo al orteguiano modo, poco yo y demasiada circunstancia. O, como dijo aquél, más de lo mismo.