Éramos pocos y parió la abuela. Ya teníamos cuadrillas de albano-kosovares colándose en los chalecitos de la playa o la sierra para quitarnos el dinero que nos sobra y darnos las emociones que nos faltan; ya teníamos, en nuestros más bellos parajes, sucursales de la Mafia rusa, con su oscura trata de blancas; ya teníamos ex combatientes de las guerras más sordas, narcotraficantes del otro lado del charco, asesinos en serie o domésticos, atracadores, carteristas, estafadores y delincuentes de múltiple origen y condición, viudas negras y lo mejor de cada casa. Para animar el patio, nos faltaban los Latin Kings.
Ya tardaban. Todavía, a lo que se ve, no se han hecho con el trono de España, pero tienen que haberse dado cuenta de que somos anchos y ajenos. En Alcorcón, según cuentan los vecinos, son los reyes del mambo. Han descubierto, muy ladinamente, que en esta madre patria del banano una buena manera de integrarse es correr más que Alonso en los circuitos. Cobrando a los chavales, por ejemplo, por utilizar los bancos públicos que sus padres financian. Sólo conozco un negocio más redondo, que es el de los bancos privados.
Digamos que este “business”, gestionado a mamporros, ha colmado la paciencia de algunos. Y se ha armado la del Bronx. A río revuelto, pescadores no faltan: okupas, skins, antistema… ¡Qué exquisito manjar para el diente del odio! Y asegura el alcalde que allí no pasa nada. O nada que no pase en cualquier sitio. Que no es más que una típica pelea de gamberros. Que no hay de qué alarmarse, aunque lleven machetes y pistolas. Y cuánta razón tiene la delegada del Gobierno. ¿Bandas? ¿Pero qué bandas? Esos grupos armados no desfilan, y esos gritos de hiel no son trompetas.