El gerundio

El gerundio

El gobernador de Brasilia, José Roberto Arruda, ha prohibido por ley el uso del gerundio en el lenguaje de la administración pública «como disculpa para la falta de eficiencia». Parece decidido a hacer de los presentes un camino expedito hacia el pasado. De forma que a los funcionarios brasileños se les acabó aquello de «lo estamos discutiendo», que es la versión moderna del «vuelva usted mañana». La medida es simpática, de puro inaplicable, y apasionadamente impertinente. Recuerda a las que adopta doña Elena Salgado.

A esta hora, el gerundio ya «fica demitido», aunque pienso también que «fica» claro que lo no permitido es la pereza, la dejadez, la excusa dilatoria y todo ese artificio resbaloso que acostumbra a emplear la burocracia. Ya saben, esos globos tan vacíos. Pero al señor Arruda le han llovido los palos. Le aconsejan los unos que visite al psiquiatra, y los otros – lingüistas, profesores – le acusan de ignorante y caprichoso. Explican que la lengua no puede regularse por decreto. Quizás no hayan captado lo que no es más que un juego de palabras.

«Estando yo pensando» en el tiempo y la vida, pongamos que anteayer me preguntaba qué diferencia hay entre el ser y lo siendo. Entiendo que la gracia de la forma continua está en que te sitúa en medio del proceso: algo que ya ha empezado y acabará algún día. Por eso los políticos abusan tanto de ella. Es la mejor manera de dar algo por hecho sin tener que mostrar los resultados. Seguramente ustedes ya se habrán dado cuenta: los tiempos bajan turbios para la luz y el verbo. Y en esa opacidad que nos envuelve, se acaba uno sintiendo banal y pasajero, como una especie de gerundio humano.
Laura Campmany