Fuenteovejuna

Fuenteovejuna

A falta de unas medidas políticas, o de una cultura económica, o de un pacto social como los que en Francia y Alemania ya le han puesto a la crisis un motor con freno y marcha atrás, lo que deberíamos hacer en España es dejarnos de subsidios, pamemas y cataplasmas, y encargarle nuestro salvamento financiero a una entidad privada eficiente, implacable y ubicua que a ser posible no disfrace de buenas intenciones su apetito recaudatorio. Como “El cobrador del frac”, por ejemplo. O como la SGAE, verbigracia.  

La Sociedad General de Autores, ya saben, anda apremiando al alcalde de Zalamea y a la alcaldesa de Fuenteovejuna para que aflojen un diezmo por representar, aunque sea a mayor gloria de nuestra tradición y como quien dice entre amigos, la obra en que Calderón reivindicaba el honor de un villano o el drama con el que Lope, que siempre hallaba la consonante, hizo más o menos lo mismo, aunque en plan coral. El alma sólo es de Dios, pero los derechos de autor se miden en euros y la SGAE, que está a lo que suena, no perdona su parte.  

Si el gobierno hubiera dejado en sus manos la gestión de la cosa pública, las arcas del estado estarían a estas horas a reventar. A Zapatero tendrían que haberle cobrado una fortuna por su descarada imitación de Mr. Bean, en concepto de copyright, y a Rajoy un buen pico por su sospechoso parecido (según Pérez Tapias) con Al Pacino. En ese gran teatro del mundo que somos, el espectáculo está servido. Digo yo que algún día, todos a una, nos quitaremos la máscara. Y sólo quedará Fuenteovejuna. Mucho pueblo.


Laura Campmany