Ha dicho el señor Carod Rovira, con su habitual delicadeza y su profunda sensibilidad social, que si los catalanes, de los que al parecer se siente indiscutible portavoz, aportan recursos al Estado, es para crear empresas, no para que Extremadura tenga más funcionarios. Al conocer esta declaración, no he podido evitar imaginarme al susodicho con falda, peluca y abrigo de pieles, diciéndole a un humilde pordiosero que a lo sumo le compra un bocadillo, pero nada de pasta en efectivo, que esta gente, ya sabes, es capaz de gastársela en burdeles.
Olvida el señor Carod Rovira que en un país la riqueza de determinadas regiones suele estar amasada con el sudor de todos, con fuerzas de trabajo que a veces se desplazan, con discriminaciones interiores y viejos o recientes aranceles, y con un desarrollo que acostumbra a ser entre oportuno y caprichoso. Olvida al mismo tiempo que su pingüe salario no lo paga una empresa, y todo ese tinglado de coches oficiales, partidas y recursos que maneja procede de las arcas estatales. No recuerda que él mismo vive tan de nosotros, que es lo más parecido a un funcionario.
El hombre, se diría, no entiende de sinergias o equilibrios. Los nortes son más serios e industriosos que sus vecinos más meridionales, acaso por el clima. Los sures, con sus soles, sus patios, sus encinas, sus plazas señoriales, sus lánguidos cerezos, invitan a la siesta, al humo, al pastoreo. A otra clase de empresas, a otra clase de esfuerzos. El Sur siempre está abajo y sube más a trancas la escalera, por mucho que se empeñe. Necesita soñar que hay un norte allá arriba que lo espera. Pero ay del rico Norte cuando se queda solo, y ya no tiene a nadie que lo sueñe