No estuvo afortunado Iñaki Gabilondo en uno de sus telediarios de esta semana al criticar reiteradamente – haciéndose eco, según creo, de una noticia difundida por El Público – la falta de ortografía contenida en el “Adiós al verano” del vídeoblog «Rajoy en Acción», aunque sea cierto y enojoso que los subtítulos de ese vídeo contenían un error, o más bien un horror, como el de escribir la preposición «a» con hache. La palabra “amor”, como bien nos recuerda Jardiel Poncela, tampoco la lleva.
Y digo que estuvo desafortunado, o siquiera inoportuno, porque resulta que justo al día siguiente los rótulos de ese mismo telediario nos informaban de que un hombre había muerto «arroyado» por una mujer suicida. No aplastado, que sería lo correcto. Ni siquiera «arrollado», donde, a menos que la pobre mujer fuera un tren, tendríamos con todo que lamentar una cierta imprecisión semántica. Sino «arroyado», del verbo “arroyar”, que en palabras de la RAE significa, como quizás alguien sepa, “formar la lluvia arroyadas”.
Mal está que un mensaje que habla de la necesidad de abordar el problema de la educación incluya un disparate ortográfico, pero me parece que tampoco era necesario el ensañamiento, y que, cuando no se es perfecto, más vale pecar de comprensivo que de inflexible, sobre todo en materia tan espinosa. Yo una vez, hace años, convertí a los somalíes en “somalinos” en una traducción de infausta memoria, y aquí sigo, tratando de purgar mis propios yerros y apiadándome de los ajenos. Porque la vida, ya saben, imita al alguacil alguacilado.