En situaciones extremas, puede y suele aflorar lo peor de nosotros, pero también ocurre a veces que el agua que se nos pone al cuello, mientras aprieta y no ahoga, se lleva por delante espejismos de feria, poses de escaparate, aficiones ridículas, holganzas indecentes, ambiciones mezquinas, preocupaciones bobas, delirios de grandeza, sueños de baratillo. El hombre, cuando teme que el grifo se le cierre, mira correr el agua de muy otra manera. Como la vida misma, que sólo porque es breve, y un buen día se acaba, es transparente y fresca.
Dios me libre de desearle a nadie la pobreza, y menos que a nadie a mí misma, pero se me ocurre que de todo este súbito desplome – que algunos, los más sabios, ya habían pronosticado – quizás pueda extraerse una enseñanza. Algo que nos devuelva a los “rectos caminos”. Quizás bajen del cielo las facturas volantes, quizás algún comercio invierta el redondeo, y a lo mejor resulta que tenemos dos manos, que nuestra ropa aguanta más de una temporada, que con muy pocas lágrimas puede hacerse un puchero, que no necesitamos unos pechos de mármol, ni tanto nuevo rico, ni tanto majadero.
A lo mejor los jóvenes descubren que el problema, esta vez, sí va con ellos. A lo mejor las pagas del domingo ya no dan para “speed” y sucedáneos. ¿Pueden imaginarse a un joven compatriota buscándose un trabajo para ayudar en casa? ¿O empuñando un arado? ¿O devorando un libro? No siempre son las flores más hermosas las que crecen, sin miedo, en los jardines. A veces son más bellas las que el viento golpea, pero no arranca. Como José Martí con sus hermanos, igual da si es en julio o en enero, para tiempos amigos o enemigos, hay que tener alguna rosa blanca.