La ley del aborto

La ley del aborto

Como, a diferencia de Obama, en mi vida he cazado una mosca, me cuesta entender que un gobierno que se dice social y progresista promueva una ley del aborto que ampliará, reforzará y garantizará el “derecho” de las mujeres no ya a no engendrar hijos, sino a concebirlos a la buena de Dios para luego, del mismo modo, eliminarlos cuando les descompongan las agendas. Cuando no formen parte de sus sueños y no entren en sus planes, o quizás en sus dietas. Igual que si pudieran vomitarlos.  

No deja de ser revelador que quienes defienden la ley con más ahínco prefieran hablar, antes que de aborto, de “interrupción voluntaria del embarazo”, que tiene la ventaja de que ya suena a sigla. El único defecto del vano circunloquio es que lo que describe no es algo voluntario. Si pudieran las hembras abortar a su antojo, lo harían o no lo harían sin que los parlamentos se enteraran. Pero la realidad no prevé ese supuesto y, para que un embrión no siga su camino, se precisa el concurso de la ciencia, y alguien que lo desgarre y que lo extraiga.

Si me tocara hacerlo, creo que me negaría, salvo en algunos casos que tuvieran sentido. Imaginarse un feto no es difícil. Opine lo que opine la pensadora Aído, sabemos que es humano, y no puede negarse que está vivo. Yo no podría cargar con esa muerte, con esa interferencia en un ser ya dotado de identidad y destino, por más que me obligasen las leyes del Estado. Y al fin qué es un estado, sino hombres y mujeres que nacieron cuando un óvulo fértil y un espermio, sin permiso de nadie, se juntaron.


Laura Campmany