De la última entrega del programa «Tengo una pregunta para usted», que tuvo como protagonista a Alberto Ruiz Gallardón, me hicieron gracia varias cosas. En primer lugar, que se cumpliera el dicho de «la primera en la frente». Yo creo que al regidor madrileño le sienta tan bien el traje de candidato a la presidencia, que lo que más intriga al ciudadano es si aspira a tal puesto, por más que la pregunta, a estas alturas, ya haya sido mil veces contestada. Habrá que ver si el tiempo, verdadero señor de los anillos, la reanima o la deja trasnochada.
También me hizo gracia que, con excepciones, el público se dirigiera a él más en calidad de líder del PP o futuro jefe de gobierno que como alcalde de Madrid. Le sacaron temas como el aborto (según una señora, «el mayor problema de las mujeres españolas»), la educación para la ciudadanía (que alecciona a nuestros hijos sobre algo tan «poco» ideológico como las relaciones de pareja, la eutanasia o las creencias religiosas) y, como no podía ser de otro modo, la guerra de Irak. Venía a cuento, pero la eché de menos, alguna alusión a la memoria histórica.
Pero la que más gracia me hizo de todas las intervenciones, y esta vez de verdad, fue la de una chica gallega que dijo desconfiar de la clase política. Cuando Gallardón la invitó a abandonar su escepticismo y unirse a «ellos» para transformar la realidad, contestó, con una espontaneidad rayana en la insolencia, con un sonoro «no, gracias». Creo que fue la única pregunta de la noche, o más bien la única respuesta, que se le fue al alcalde de las manos. La política tiene esos desaires. Que acudes a un programa de más capa que espada, y te encuentras de pronto con Cyrano.