A Rodríguez Zapatero le pasa lo mismo que a los retratos de Braque, que no se entiende muy bien hacia dónde miran porque un ojo lo llevan pintado en la frente y el otro en el cogote; le pasa también lo que a Alicia, que vendería su país por cualquier maravilla, o lo que a los “petits bonhommes” que dibuja mi bruja (mi aprendiza de cuatro años), que tienen unos miembros tan desproporcionados que al fin que todo son piernas. Le pasa, a este señor, que no sabe qué hacer con un Estado.
Y ahí lo tenemos, desmontando la Historia. Lo suyo no va a ser alzar castillos, pero echarlos por tierra se le da de piropo. Los de España ya vuelan por el aire. Tampoco era sencillo lograr que a Cataluña se le vaciaran las urnas, le creciesen los juglares, se le enquistase el tripartito o se le envenenase la lengua, y ya ven que ha sido un juego de niños. En el País Vasco, todavía tienen los buenos que dejar de ser malos y los malos que dejar de ser buenos. Todavía tiene la verdad que ser mentira. El juego, “Messieurs Dames”, no ha terminado.
Suerte que al menos estamos proyectando en el mundo una imagen de país serio y comprometido. Menos mal que nos hablamos de tú con los líderes más democráticos y nos alineamos con los países más prósperos. Ya ven que somos el faro de Occidente y el pasmo de las Cancillerías. Y lo que queda. Pero lo mejor, créanme, es que aunque este señor desapareciera de nuestras vidas como por ensalmo, hay telas que ni Penélope acertaría a destejer. “Lo fatal” ya está escrito. Hay versos en tu vida que no son reversibles. Me temo que hay gobiernos que tampoco.