Imitando a Cyrano: ¿y qué tengo que hacer? ¿Celebrar con albricias que llegara al poder un hombre que podría no haberlo ni catado si un pueblo malherido no le hubiera votado? ¿Cantar las excelencias del Ministro Caldera? ¿Hacerle un monumento con forma de patera? ¿O reírle las bromas a Pepiño «conceto»? ¿No hallar en sus discursos ni sombra de panfleto? ¿Aplaudir la finura de la ministra Calvo de poner a los frailes de las «frailas» a salvo? ¿O sentirme orgullosa del prestigio que dan el desprecio a Occidente y los guiños a Irán?
No, gracias. ¿O brindar porque, con su estatuto, avanza Cataluña hacia el caos absoluto? No, gracias. ¿O alegrarme, con una manzanilla, de lo bien que se pasa de extranjero en Sevilla? No, gracias, ¿O decirme que qué suerte tenemos de que este buen gobierno nos trate como a memos, pues si ayer nos libraba del tabaco en la mesa – y puede prepararse la pérfida hamburguesa -, con el nuevo artilugio del permiso por puntos, aquí ya somos todos culpables o presuntos? ¿Decirles simplemente que he puesto en la Salgado la fe que no merecen ni Dios ni mi cuidado?
No, gracias. ¿O afirmar que la mejor manera de acabar con la ETA es darle lo que quiera, y para que el proceso no se vaya al carajo, lo que han de hacer los jueces es no hacer su trabajo? ¿Creerme que robar dinamita o pistolas es como irse a los campos a coger amapolas? ¿Que merece la pena sentarse a negociar con unos pobres chicos que viven de matar? ¿Y que a todos los muertos que les dieron sentido les debemos, si acaso, la piedad del olvido? ¿Que somos un ejemplo para otras democracias? Lo lamento, señores. La respuesta es: no, gracias.