Bermejo y el juez Garzón se han ido de cacería. Reconocen que se vieron en tierras de Andalucía, pero dicen que no hablaron de estratagemas o intrigas, autos de fecha oportuna u otros asuntos de miga, ni de Francisco Correa, ni de su trama explosiva, ni de Pérez “El bigotes” o el alcalde de Boadilla. Vamos, que el juez y el ministro, con discreción que me admira, no departieron de nada que ataña a nuestra Justicia. Como verse, sí se vieron (el azar tiene sus vías), y como hablarse, se hablaron, y alguna cosa dirían, tendremos que imaginarnos, con no poca fantasía, que tan sólo comentaron las incidencias del día. Que si está el cielo muy claro y la mañana algo fría, que si el “hecho cinegético”, o sea, la caza, me priva, que si hay que ver fulanito, qué asombrosa puntería, y dime, ¿mucho trabajo?, y oye, ¿qué tal la familia? Vamos, que el juez y el ministro, frente a una buena tortilla, sólo charlaron del tiempo y, en general, de la vida.
Hace muy mal el Pepé en sostener la teoría de que un juez es recusable por la inocente manía de compartir sus pasiones, aficiones y partidas con un miembro del gobierno Zapatero-socialista cuyo interés en las causas que el magistrado tramita es tan sólo sospechable si ni en tu sombra confías. En toda Europa, los jueces vigilan mucho sus citas y no se topan de golpe con quienes no deberían, pero como esto es España, y aquí la ley es distinta, no debiera preocuparnos ni merece ser noticia que un juez que instruye un proceso que a otro partido salpica se vaya, con el ministro del ramo, de cacería. Dicho lo cual, admitamos, que el cazador necesita, para cobrarse unas piezas, que tales piezas existan.