Hambre de justicia

Hambre de justicia

Me imagino que De Juana, tras 115 días sin probar otra cosa que el suero obligatorio, más algún tentempié de contrabando, ya sabrá lo que es pasar hambre. Habrá experimentado durante muchas horas – largas como un desfile de minutos eternos como un bucle de calvarios – esa sensación que uno tiene, cuando no se alimenta, de estar siendo devorado por su propio organismo. Como si unas hormigas invisibles fueran creciendo a costa de tu carne. Pero también el hambre es relativa. Si Gandhi la sufrió como un ayuno, para otros puede ser un gran banquete.

Me pregunto si estaría dispuesto el ya «famous» De Juana a inmolarse con la misma frialdad, con la misma reseca indiferencia con que se despachó a las 25 víctimas de su currículum. Si ha pensado o sabido, durante todo este tiempo de martirio mediático, que el Estado acabaría cediendo a su chantaje – y él mismo mordería el fruto cosechado -, o si en verdad estaba decidido a dar su alma al demonio. Y a darla complacido con tal de degustar, como una avispa, el manjar exquisito de morirse matando.

Quien hable en este caso de chantaje, no dice nada que no esté en el diccionario. Presión bajo amenazas. Lo malo es que habrá otras. Lo malo es que quien triunfa, acostumbra a crecerse. Lo malo es el recuerdo de la ya inútil sangre derramada. Lo malo es que si apagas un fuego con estopa, corres el riego de avivar la llama. Lo malo es que no hay fin humanitario en la liberación de un asesino. Lo malo es que un llamémosle gobierno nos ponga al borde de esta paradoja. La de un pueblo con hambre de justicia que ya empieza a saber lo que es hartazgo.


Laura Campmany