Volare

Volare

Usain Bolt pasará a la Historia como el hombre que volaba. No es el hijo del viento, sino el viento mismo, arrancando ensordecedoramente, desplegándose como un abanico, restallando como un látigo, hinchándose como una vela maestra, comiéndose el espacio y el tiempo. Se ha pasado nuestra mirada posmoderna y posherida y poscrédula por el arco – tan tenso – de sus piernas, y ha dejado clavados, en el azul pintado de azul de una noche estrellada, no sé si una estela, una flecha, un suspiro o un récord.  

Desde los tiempos de Ícaro, y antes, seguramente, de la primera máquina, han soñado los hombres con vestirse de plumas y elevarse sobre la pequeñez de la Tierra, como un imán rebelde o un globo desasido. Y ahora va a resultar que era posible, que hasta el sueño más necio es un presagio, y que este jamaicano de músculos de fuego, sin fumarse una hierba, se levanta a sí mismo, hace de su zancada una bahía, brinca como una liebre o una esfera de caucho, y vuela, vuela, vuela… Donde hubo un hombre, salta una gacela. 

Volar es una facultad de la fantasía. Todos lo hacemos cuando queremos dejarnos este mundo allá abajo y necesitamos que una música dulce suene sólo para nosotros. Hay en la soledad del aire un más allá, un imprevisible horizonte, una íntima plusmarca. Crean ustedes en las estrellas fugaces. Y en los primeros rosas del alba, y en el auxilio de los ángeles, y en la velocidad de la alegría, y en el éxtasis de este nuevo mito, y en las hazañas imposibles, y en sus propios milagros. Crean ustedes en sus alas. Y en el cielo infinito.


Laura Campmany