Ya tuvimos al señor Equis y ahora tenemos al señor Zeta. Zeta Pe, para ser más exactos. La zeta, como sabe hasta una ministra de Cultura, es la letra final, o sea el acabóse de los diccionarios, esa cosa tan rancia que antiguamente le servía a un hombre para no llamarle «marida» a su esposa. Y la «pe», como salta a la vista, es la sílaba por la que hoy en España comienza casi todo: el Pesoe, el Pepé, Pepe Blanco, Pedro Almodóvar, el Peneuve y hasta Penélope Cruz, que es nuestra Pe por excelencia.
Le pasa a este hombre-sigla que «aceta» lo que toca. Vamos, que lo avinagra, y no precisamente con «aceto balsamico» de Módena. A la paz, esa noble palabra de la que nadie en su sano juicio renegaría, le ha puesto una zeta tan larga, tan retorcida, tan insidiosa, que con razón dicen algunos que le ven ojos de culebra. Y tampoco parece dispuesto a ahorrarse ni una zeta si de lo que se trata es de darle una coz a la Carta Magna, ponderar la inocencia de un zulo o tragarse, que ya es sapo, el desembarco de Carod-Rovira, con su cara de ministro de Exteriores de Chiquitistán, en el Palacio de Santa Cruz.
Que no cunda el pánico. Sugieren las encuestas que a este Zipi o Zape de la viñeta nacional algunos de sus seguidores ya empiezan a ponerle unos peros. No era el zorro tan zorro ni las uvas tan verdes. Por mucho trabajo de zapa que se haga Pepiño, por más que María Teresa nos quiera gobernar y aunque sepamos, gracias a nuestros Gabis y Fofitos, lo bien que están ustedes, a todo circo le llega su «había una vez». Ya hemos visto bastante. Para acabar ahogándose en un pozo no sé si de cinismo o fantasía, qué «zapping» tan a ciegas y a destiempo hizo Juan español un M-día.