Echarse al monte

Echarse al monte

Dijo el Señor Zapatero, poco antes de echarse al monte bajo el ojo amigo de las cámaras, que a la actual política española lo que le falta es un poco de humor. Teniendo en cuenta en qué han parado o van parando algunas de sus fantasías de ayer y hoy, como la ayuda a la dependencia, que unas veces pende y otras depende, el cheque por hijo, que suena a cartilla de abastos, los 400 del IRPF, que son como la «chochona» de esta tómbola, o el Ministerio de Igualdad, que efectivamente da igual, si algo nos sobra son temas para una chirigota. 

Añadió el presidente, poco antes de iniciar la ascensión y con menos palabras de las que yo les traigo, que él lo que agradece son las críticas que, huyendo del choque frontal, «acarician la inteligencia». Y uno se pregunta, en vista del escaso efecto que suelen producir en la suya algunas objeciones con fundamento, qué se puede esperar de un leve roce, un sutil parpadeo, un mínimo reproche. Si aún no se ha dado cuenta de que estamos en crisis – aunque de esa no-crisis tendrá, quizás hoy mismo, que dar cumplida cuenta -, ¿cómo va a comprender un abanico?

No sé si con la misma ironía, pero sí con la misma desfachatez de Jonathan Swift, su «modesta propuesta» para hacer frente al paro, a la inestabilidad social y a algo que empieza a parecerse al hambre es rebajar la tasa de neonatos, poner nuestro futuro a excavar cementerios, alzar doscientas casas donde ya no quepamos y rasparnos la bolsa y la conciencia. Y encima va Bardem y nos llama cretinos. Alguna razón tiene, pero se queda corto. Aquí el que no se apunta al sálvese quien pueda, o es que ya se ha salvado, o a fuerza de votar es ya dos tontos.


Laura Campmany