El Bien y el Mal

El Bien y el Mal

Según pasan los años, y al hilo de ese impacto o fogonazo con que la vida dota de sentido, en forma de dibujo, pura música o frase, las escasas verdades que me tienen en marcha, cada vez veo más claro que el Bien y el Mal existen. Con todos los matices que se quiera, con esa disciplina virtuosa que hace ambigua cualquier empresa humana, pero también con una contundencia que puede ser brutal o emocionante. La frontera es a veces transparente, pero si alguien la cruza por su puente de plata, la piel, al universo, se le eriza.

Al joven estudiante que el lunes por la mañana disparó en la Universidad de Virginia contra un grupo de compañeros, matando a 31 de ellos e hiriendo más o menos a otros tantos, uno se lo imagina en el problema de una encrucijada, y eligiendo el peor de los caminos. Salvo en casos de auténtica demencia, todos sabemos que matar a un semejante es algo más que un delito. Que hay algo íntimamente repugnante en acabar con una vida humana. Que hay que haberse dejado el alma en un retrato, o habérsela entregado a un carcelero, para hacer, de lo vivo, lo lejano.

Compadezco a ese hombre. En el charco de sangre en el que apenas flota, su recuerdo se irá desvaneciendo. Él, que quizás buscaba lo contrario, sólo será el gatillo de una sombra, la pólvora de un agrio disparate, lo ciego de un impasse, lo gris de una bacteria, una nueva razón para prohibir las armas, un episodio más de paranoia, otra actuación del ángel del abismo. Yo aún desconozco el nombre del sujeto. Tampoco es que me importe demasiado. Aunque cambie de siglas o de estado, el Mal siempre es un trago de lo mismo.


Laura Campmany