Bermejo el Poeta

Bermejo el Poeta

Por mayo era, por mayo, que es un mes muy marianero, cuando en medio de un debate, lo que se dice en el Pleno, el ministro de Justicia, que de apellido es Bermejo (y también de corazón, pues se define rogelio), se remangó las puñetas de su grave ministerio y con el arpa en la mano, y algo de sorna en el pecho, obsequió a sus Señorías con una ristra de versos. En ellos felicitaba a los audaces peperos por el triunfo que en las urnas les dieran los madrileños, pero acaso por diablo, más que por sabio o por viejo, también les aconsejaba no echar campanas al vuelo, pues como enseña la vida, y como sabe un torero, hay que matar al morlaco antes de darlo por muerto. Como además los poetas tienen fama de agoreros, Bermejo vaticinaba un descalabro lechero a quienes ya se imaginan en las nubes del gobierno.

Más que la fina advertencia, lo que nos deja suspensos, lo que no tiene medida en la estrofa de Bermejo es la gracia y el donaire, la inspiración y el ingenio, el verso suelto que asoma por su lírico entrecejo, esa rima consonante que juega a serlo y no serlo – ora se ajusta a la norma, ora la manda a paseo -, y esa postrera licencia, digna del propio Quevedo, que da en rimar un vocablo con ese vocablo mesmo, que es una forma certera de hacer que rimen dos versos. No seré yo quien le pida a este ministro con estro que se nos deje de ripios, adivinanzas o juegos, y más bien le rogaría, por su bien y por el nuestro, que ya que va de poeta, ejerza a tiempo completo, pues mientras a él no le importe dilapidar su cerebro en perpetrar una lira o destrozar un soneto, eso que salen ganando la Justicia y el Derecho. Así el hombre se entretiene, y al fin que todos contentos.


Laura Campmany